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domingo, 14 de febrero de 2010

-- Juan Montalvo

Montalvo y la ambateñidad

Por: Lic. Mario Mora Nieto

Cuando un ambateño que partió de la tierra “natal”, regresa de lejos, encuentra que los viejos lugares  que se reflejaron con un color íntimo en sus pupilas, casi han desaparecido.  Que a la casa de la infancia, al hogar de su padres, sustituye ahora una extraña vivienda que parece ocultar la vida de ayer ya ajena y desligada.

El parque ya no es el mismo; el viejo barrio ha perdido los rincones del recuerdo; y, hasta el río ya no está como ayer, cuando corría cantarino, tendiendo una larga cinta plateada al pie de la ciudad.

Sin embargo, el amor por su terruño esta intacto y su ambateñía se sigue estremeciendo en el más íntimo latido de su corazón.

El recuerdo de “aquellos tiempos” está incólume.  Como olvidar las campiñas florecidas que ofrecen la seda encendida del clavel o el terciopelo matizado del pensamiento.

Ahí está el recuerdo de las innúmeras y fragantes huertas en las que luce el donaire de la manzana, el rubor de la reina claudia, o el coral enracimado del capulí.

El retorno
El hijo de Ambato siempre volverá de sus luengas andanzas y encontrará la nítida frescura primitiva en las pintorescas quintas, o la inefable algarabía en sus ferias y sus plazas.

No es de extrañar, por tanto, que nuestro Don Juan, que tenía una especial admiración por lo grande y lo sublime, sienta en sus destierros, en la lejanía, vibrar el espíritu ardiente de su ambateñía. Muchas veces, junto a los sentimientos de soledad y de tristeza asomaba la nostalgia por su tierra, por su Ambato querido.

Galo  René Pérez, en su magnifica obra: “Juan Montalvo, un escritor entre la Gloria y las Borrascas”, al referirse a la soledad del “Cosmopolita”, en su ostracismo en París, expresa: “Interminable se le hacía el destierro a nuestro escritor.  Estaba  hastiado de ese ambiente extraño.  Todo es dolorosamente difícil en un país que no nos pertenece –decía-. Recuérdese especialmente, como Don Juan renegaba de las condiciones del clima, desde su primer viaje, y cómo éste, en efecto, le dejó para siempre los estragos de un agudo reumatismo.  Montalvo añoraba a su Ambato”.

Añoranzas
Efectivamente, en varias páginas de sus libros y en desahogos  íntimos de una cuantas  cartas, echaba de menos las bondades climáticas de su tierra.  Pero pasaba el tiempo y no podía volver multiplicándose las razones de su nostalgia. “Vivo deseo tengo de ir a pasar un año o dos en Ambato”, confesó alguna vez, aunque en verdad quería volver a estos lados para siempre.

Hasta se desesperaba por ello, y no se resistía a hacer saber a su gente de confianza que carecía de dinero para embarcarse; además, las condiciones políticas del Ecuador nunca fueron una garantía para Don Juan, a pesar de que no se hallaba expiando ningún delito, ni responsabilidades políticas de ninguna índole.

En sus cartas a su sobrino Adriano, no le ocultaba el fondo de sus desasones de proscrito.  El 9 de agosto de 1887 le decía, desde París:  “El año de destierro que tú sufriste debe darte la medida de lo que yo, con mis ocho años de ausencia siento en mi corazón por mi tierra querida”.

Ecuador querido
Aún en el rumbo de sus éxitos literarios el recuerdo del Ecuador estaba presente.  Enviaba a sus amigos y familiares las publicaciones europeas en que aparecían juicios elogiosos de sus libros; y, hasta “hojas volantes bien impresas”, destinadas a circular en Ambato y en Ipiales.

Que mejor cosa que tornar a la Patria con un halo de celebridad honradamente alcanzada y con la suma de obras de estilo tan propio y magistral.

Anhelos que no se cumplieron

Pero, a pesar de sus profundos anhelos, los planes de retorno fueron fracasando.  Debió seguir uncido a aquella ciudad extranjera, que pronto descargó sobre su naturaleza sensible las molestias del invierno que le causarían la muerte, por una aguda pleuresía, el 17 de enero de 1889.

Su altivez de ambateño la demostró  hasta en la hora de su muerte cuando en posesión todavía de su conciencia pidió que le vistieran “de negro y con frac” porque “el paso a la eternidad es el acto más serio del hombre, con el cual el vestido tiene que guardar relación”.

Sólo regresó a su lírica heredad su cadáver, que hoy reposa en el Mausoleo edificado en su honor en donde recibe el justo homenaje que se concede a los hijos ilustres de esta tierra cuando su obra resplandece en el albor de los tiempos.

Sin duda, Montalvo es el gran símbolo de nuestra ambateñidad y ejemplo de valor pese a estar lejos de su querida y añorada tierra.

(Nota: Juan Montalvo hace parte de la Historia de Ipiales, por haber vivido en esta Ciudad en varios de sus exilios y por haber escrito varias de sus obras en Ipiales: a la que llamó "Ciudad de las Nubes Verdes").

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